Inscripción del templo de Delfos
El ensueño, el sueño y el Extasis son las tres puertas abiertas al más Allá, de donde nos viene la ciencia del alma y el arte de la adivinación. La evolución es la ley de la Vida. El número es la ley del Universo. La unidad es la ley de Dios.
Seguidores
martes, 8 de diciembre de 2009
El albañil - Martes 28 (Corazón - EDMUNDO DE AMICIS)
El albañilito está gravemente enfermo; el maestro nos recomendó que fuésemos a verle, y convinimos Garrone, Derossi y yo en ir los tres juntos. Stardi gustosamente nos habría acompañado; pero como el maestro nos encargó la descripción del Monumento a Cavour, dijo que quería verlo para hacer más exacta la descripción. Por probar también, invitamos al orgulloso de Nobis, que nos dio una rotunda negativa. Votini se excusó, quizás por miedo a mancharse el traje de yeso. Nos fuimos al salir de la escuela, a las cuatro. Llovía a cántaros. Por el camino se detuvo Garrone y dijo con la boca llena de pan:
-¿Qué vamos a comprar? -y hacía sonar dos monedas que llevaba en el bolsillo.
Pusimos diez céntimos cada uno y compramos tres grandes naranjas.
Subimos a la buhardilla. Delante de la puerta Derossi se quitó la medalla y se la guardó en el bolsillo. Le pregunté por qué lo hacía y me respondió:
-Bueno, no sé... para no presentarme con ella...; me parece más delicado no llevar la medalla.
Llamamos y nos abrió el padre de nuestro compañero. Era un hombrete; tenía alterado el semblante y parecía asustado.
-¿Quiénes sois? -preguntó.
Garrone respondió.
-Unos compañeros de Antonio, que le traemos tres naranjas.
-¡Ah, pobre Antoñito! -exclamó el albañil moviendo la cabeza-, me temo que no las pueda comer -y se enjugó los ojos con el revés de la mano.
Nos hizo pasar. Entramos en su cuarto a tejavana, donde vimos al albañilito tendido en una camita de hierro; su madre estaba junto a él con la cara entre las manos y apenas se volvió para mirarnos. En la pared había algunas escobillas de encalar, un pico y una criba; a los pies del enfermo estaba extendida la chaqueta del albañil, blanca de yeso. El pobre muchacho aparecía demacrado, muy pálido, con la nariz afilada, y respiraba con dificultad. ¡Oh, querido Antoñito, tan bueno y alegre, compañerito mío! ¡Cuánto hubiera dado por volver a verle poner el hocico de liebre, pobre albañilito! Garrone le dejó una naranja en la almohada, junto a la cara: su olor le despertó, la tomó en seguida, pero la soltó y miró fijamente a Garrone.
-Soy yo -dijo éste-, Garrone. ¿Me conoces?
El le dirigió una sonrisa apenas perceptible, levantó con dificultad su corta mano y se la presentó a Garrone, que la estrechó entre las suyas y apoyó en ella una mejilla, diciéndole:
-¡Animo, ánimo, albañilito! Pronto estarás bien, volverás a la escuela y el maestro te pondrá a mi lado. ¿Te parece bien?
Pero el albañilito no respondió. La madre prorrumpió en sollozos:
-¡Pobre Antoñito mío, tan bueno y trabajador y el Señor me lo quiere llevar!
-¡Cállate! -le gritó el albañil con desesperación-. ¡Cállate , por el amor de Dios, si no quieres que pierda la cabeza! -Luego, dirigiéndose a nosotros, añadió-: ¡Marchaos, marchaos, muchachos, y muchas gracias por vuestra visita! ¿Qué podéis hacer ya aquí? Os lo agradezco; pero volved a vuestra casa.
El muchacho había cerrado de nuevo los ojos y parecía muerto.
-¿No quiere que le haga algún recado? -preguntó Garrone al padre.
-No, buen muchacho, gracias -respondió el albañil-; marchaos a casa, pues tal vez os estén esperando.
Y diciendo esto, nos dirigió hacia la escalera y cerró la puerta.
Pero cuando íbamos por la mitad de los escalones, oímos llamar:
-¡Garrone, Garrone!
Subimos rápidamente los tres.
-¡Garrone! -dijo el albañil, visiblemente desconcertado-. ¡Mi hijo te ha llamado por el nombre! Hacía dos días que no hablaba y te ha nombrado dos veces. ¿Quieres pasar? ¡Ah, santo Dios, si esto fuera una buena señal!
-¡Hasta luego! -nos dijo Garrone-; yo me quedo -y entró en la casa con el padre. Derossi tenía los ojos llenos de lágrimas, y yo le pregunté:
-¿Lloras por el albañilito? Como ya ha hablado es seguro que se pondrá bien.
-Sí, eso creo -respondió Derossi-; pero en este momento no pensaba en él, sino en lo bueno que es Garrone y en su hermosa alma.