Desde mi niñez", dice, "veo siempre una luz en mi alma, pero no con los ojos externos y tampoco con los pensamientos de mi corazón; tampoco toman parte en ella los cinco sentidos exteriores . . . La luz que percibo no es de especie local, sino que es mucho más lúcida que la nube que lleva el sol. No puedo distinguir en la misma ninguna altura, anchura o longitud . . . Lo que veo o aprendo en tal visión me queda largo tiempo en la memoria. Veo, oigo y sé al mismo tiempo; y aprendo lo que sé como si fuera en un instante . . . No puedo discernir absolutamente ninguna forma en esta luz, que para mí se llama la Luz viviente . . . Mientras gozo de la contemplación de la luz desaparece de mi memoria toda tristeza y dolor. . . "
Hildegard von Bingen - C. G. Jung (El secreto de la flor de oro)