Inscripción del templo de Delfos

El ensueño, el sueño y el Extasis son las tres puertas abiertas al más Allá, de donde nos viene la ciencia del alma y el arte de la adivinación. La evolución es la ley de la Vida. El número es la ley del Universo. La unidad es la ley de Dios.

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lunes, 14 de septiembre de 2009

De los juegos de Maya (Delia Steinberg Guzmán)


Cuando oigas decir que el sol calienta las piedras y las dilata, detente. Obsérvalas: están vivas. El mismo sol que nos alimenta a nosotros, modifica a las piedras.

Cuando oigas decir que el frío de la noche contrae las piedras, no sigas y piensa: están vivas, encogen su cuerpo para soportar la baja temperatura. Dilatación y contracción son los indicios de los que luego serán los movimientos del corazón.

También las piedras tienen corazón. Cuando camines sobre ellas, cuando dejes deslizar una mano sobre su superficie, recuerda que estás ante un ser vivo que tiene la infinita paciencia de la resistencia y la espera.

Recuerda a los viejos sabios, aquellos que, sabiendo de la vida interna de las piedras y los metales, escogían los más apropiados para fabricar sus amuletos y talismanes.

Recuerda a los viejos reyes y sacerdotes envueltos en joyas, que no cumplían la vacía misión del ornato, sino la más profunda de la captación y emisión de energías.
Por lo mismo que las piedras resisten, ellas tienen la capacidad de guardar por muchos miles y miles de años la fuerza interna que le han dado su madre, la tierra, y su padre, los astros.

Habla con las piedras, juega con ellas. Te darán una antigua lección de entereza y fuerza. Te hablarán de otros tiempos y de otros mundos. Te dirán palabras vibrantes
que colarán por entre sus grietas. Con tus dedos de piedra, con esos dedos de tu cuerpo que también es materia, habla con las piedras.

También en ellas hay vida y un maravilloso principio de inteligencia. Y también Maya juega con ellas, puesto que necesita hacer perdurar y multiplicar las formas de
este reino del verde.

Así como las piedras, las plantas son hijas de la tierra y del cielo; en busca del misterio de la tierra se hunden las raíces, y bebiendo las influencias estelares surgen las ramas, las flores y los frutos.

En las plantas comienzan a equilibrarse las dos fuerzas: la de la resistencia y la del crecimiento en expansión. Ellas crecen y se abren al sol, pero por otro de sus extremos permanecen fijas a la tierra madre, en acto de auténtica resistencia.
Mediante la fijación de las raíces resisten vientos y tormentas; sin hojas duermen en invierno, y cubiertas de follaje se defienden de los muy calurosos rayos del sol del verano. Pero viven, se manifiestan, se mueven y gozan de su propia existencia, en un anticipo de lo que, en su medida, hacen los humanos.

Las plantas no son todas iguales; aun en este mundo se advierten las diferencias de grado que impone la evolución. Las hay muy simples, pequeñas y de mínima expresión, y las hay grandes y robustas cual árboles que tratan de asemejarse a los hombres.

¿Habéis visto alguna vez detenidamente un árbol? Su tronco es como nuestro cuerpo. De este tronco emergen sencillos pies que se hunden en la tierra, y sencillos brazos que se elevan hacia el cielo. Los pies son las raíces; son pies que no caminan pero que, en cambio, buscan fijarse a su mundo con la mayor inteligencia; hoy he visto un árbol crecer entre las rocas y sus raíces abrirse paso hábilmente entre las grietas para no tropezar con la dureza de la piedra. Estos pies de raíces también se abren camino, como los nuestros: pero es un camino de estabilidad; de la estabilidad depende la alimentación, y de la alimentación, la vida misma.

Las ramas son los brazos, cargados de verdes dedos. Los árboles –las plantas más evolucionadas– están siempre en oración. Ellos adoran al cielo, los astros, bendicen
al viento que los acaricia y conversan con los pájaros y los insectos que los visitan.

Los árboles no tienen cabeza... Ellos todavía no piensan, pero sin embargo, sienten. A pesar de los engaños de Maya, cada día son más los hombres que saben que las plantas vibran y comprenden las emociones que nosotros emitimos. La belleza de una planta doméstica depende en gran parte de nuestra habilidad y cariño para tratarla.

Las plantas no tienen cabeza, pero recibieron dócilmente la inteligencia que Dios puso en ellas. La flor se viste de variados colores porque ha sabido escuchar las voces de Maya, porque sabe que, sin ese atractivo, no habrá nuevas flores. La flor enternece al viento y a los pájaros, y viento y pájaros colaboran en el juego del amor entre las flores.

Corre el polen de un sitio a otro; las semillas vienen y van, y el eterno juego de la vida se repite para que nunca falte la forma del verde vegetal sobre la tierra.
Las hojas viven del sol; ponen sus caras de frente al astro rey, y guardan sus pulmones hacia abajo, protegiéndose al respirar del polvo que los vientos levantan.

Las hojas saben vivir y saben morir; caen a la tierra cuando están doradas, bailando armoniosamente en su caída y siguiendo la sabia selección que desprende primero las ramas viejas y más bajas, para que perduren y se mantengan las jóvenes y más altas.

La flor también vive del sol, y orienta sus pétalos continuamente para enriquecerse
con ese oro del cielo. Y luego, cuando haya acabado su ciclo de color, cuando en
ella todo parezca morir, dará lugar al fruto que habrá nacido del sacrificio de la flor. Y cuando el fruto se agoste y la destrucción se haga dueña de él, de este nuevo sacrificio surgirá la semilla cíclica que, cayendo sobre la tierra, desprenderá nuevas raíces, nuevos troncos, nuevos brazos en oración, y nuevas oraciones escuchadas que serán flores y frutos.