Por el agua que le fluye por dentro,
por sus raíces que emergen desde la tierra amiga
por el viento que cuela entre sus hojas meciéndolas
y el fuego que despierta en la fricción de sus ramas
que se elevan hacia el cielo infinito,
los druidas contemplamos en el árbol
la esencia del mundo.
El jóven blanco vió en la cúspide de la montaña un árbol gigantesco. Su aroma era transparente y dulce, su cáscara nunca se secaba o agrietaba, su savia era plateada, sus exhuberantes hojas nunca se marchitaban y sus ramilletes parecían un puñado de hojas invertidas. La copa del árbol levantaba sobre los pisos de los siete cielos y servia como poste al Alto Dios. Yrin-ai-tojon.
Campbell 334-335 (El árbol que Dios plantó)
por sus raíces que emergen desde la tierra amiga
por el viento que cuela entre sus hojas meciéndolas
y el fuego que despierta en la fricción de sus ramas
que se elevan hacia el cielo infinito,
los druidas contemplamos en el árbol
la esencia del mundo.
El jóven blanco vió en la cúspide de la montaña un árbol gigantesco. Su aroma era transparente y dulce, su cáscara nunca se secaba o agrietaba, su savia era plateada, sus exhuberantes hojas nunca se marchitaban y sus ramilletes parecían un puñado de hojas invertidas. La copa del árbol levantaba sobre los pisos de los siete cielos y servia como poste al Alto Dios. Yrin-ai-tojon.
Campbell 334-335 (El árbol que Dios plantó)